Era 1991 cuando el entonces Vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, acuñó el término “autopista de la información” para referirse a una tecnología incipiente que ya se conocía como Internet.
Pocos podían atisbar las dimensiones que iba a alcanzar aquella tecnología.
Bastaron dos décadas para que, módems y routers, los aparatos que permitían esa conexión a Internet, se consideraran parte del mobiliario de las casas y oficinas.
¿En qué momento veremos como algo normal que los objetos que nos rodean estén conectados a la Red?
Ese es el escenario del Internet de las cosas, uno en el que todo podría estar comunicado a través de la Red.
Todo podría ser potencialmente susceptible de ser atacado.
La idílica privacidad en el Internet de las Cosas y sin las cosas
Cada vez que navegamos por Internet dejamos un rastro.
Por suerte hay más conciencia de esto, aunque la realidad es que no hace falta navegar por Internet para generar un rastro. Basta con tener un dispositivo electrónico en el bolsillo que está conectado a Internet para que ese rastro se genere en segundo plano.
En el Internet de las Cosas, el rastro será mayor.
Los dispositivos conectados entre ellos y a través de la Red serán capaces de entender lo que el usuario quiere, y además anticiparse a nuestras necesidades.
Las empresas tecnológicas que apuestan por desarrollar el Internet de las Cosas se enfrentan cada día al reto de sensorizar los objetos que conformarán el futuro escenario sin sacrificar dos características fundamentales para el usuario: la sencillez y la usabilidad.
En esta historia, los sensores son claves. Permiten unir el mundo físico con el digital. Son responsables de que la información que capta el objeto en la vida real cruce a la digital.
Siempre se ha dicho que el objetivo de los avances tecnológicos es hacerle la vida más fácil al ser humano, aunque lo que se gana por una parte resulta ser un agravio para otra.
Con el Internet de las Cosas, ganaremos capacidad de decisión. Dispondremos de información real recogida por los objetos sensorizados que utilizaremos cotidianamente. Tendremos la oportunidad de ser más eficaces, siempre y cuando, interpretemos bien los datos.
Pero no podemos obviar la cara menos amable de la tecnología: esa información que nos dará la libertad y precisión para tomar decisiones es también la que pondrá más en peligro si cabe el derecho a la privacidad e intimidad.
Una vida fácil pero controlada con el Internet de las Cosas
Teniendo en cuenta el actual estado y uso de Internet, cuando el IoT lo impregne todo estaríamos hablando es de una privacidad inmanejable, y por lo tanto inexistente para los usuarios.
Empresas tecnológicas como Facebook, Amazon o Twitter son, en otras palabras, grandes corporaciones a las que a diario enviamos información personal sobre cómo nos sentimos, qué necesitamos o qué pensamos comprar; con quién nos relacionamos o qué opinamos sobre ciertos temas.
Los datos personales se convierten fácilmente en dinero y poder.
Por eso, esas mismas empresas, entre muchas otras, están volcadas en desarrollar productos que conforman el Internet de las Cosas: Alexa de Amazon, Google Assistant de la empresa de Mountain View y ahora Aura de Telefónica.
Todos estos asistentes de voz obedecerán órdenes tan pronto como equipemos nuestros espacios de estos aparatos. Aunque aún estamos lejos de ello.
En América, que suelen ser los primeros en adoptar este tipo de tecnologías, el uso de los asistentes de voz es alto a mayo de 2017, pero sigue siendo a través del smartphone. Fuente: pewresearch.org
¿Podemos aspirar a tener privacidad con el Internet de las Cosas?
En declaraciones a El País Retina, Maciej Kranz, vicepresidente de estrategias de innovación en Cisco, afirma que “el 70% de los ciberataques en IoT se deben a que lo objetos están estropeados o desactualizados”, por eso añade “lo más importante es estar al día”.
En base a esta afirmación, vamos a imaginar un escenario extrapolando una noticia reciente.
Recientemente, en Facebook estalló el escándalo por permitir que una consultora obtuviera datos de los usuarios de la red social.
En un principio, esta situación se dio con la excusa de que la información se utilizaría para fines académicos habiendo limitado esta recopilación de datos a 300.000 usuarios.
Hoy sabemos que los responsables de tomar esos datos terminaron usándolos para confeccionar campañas políticas por la red en favor del Brexit y para apoyar a Donald Trump en su camino a la Presidencia de los Estados Unidos.
Dejando de lado este escándalo, es sabido que Mark Zuckerberg invierte gran parte de su tiempo en crear a Jarvis, una tecnología que combina la asistencia de voz con la inteligencia artifical, por lo que se describe como un “mayordomo virtual”.
Según explicó el propio CEO de Facebook en un post, Jarvis es capaz de encender las luces de la casa, regular el termostato o poner la música que se le pide, una de las tareas que resultó ser la más compleja.
¿Y si hubiera un Jarvis en cada casa? Posiblemente tuviéramos que mantenerlo actualizado para evitar ataques, tal y como se entiende en las declaraciones de Kranz.
Pero ¿y si para usar ciertas funciones de Jarvis tuviéramos que conectarnos a él a través del smartphone, por el cual también tenemos registrado una cuenta de Facebook?
¿Y si los datos que maneja Jarvis sobre la intimidad de nuestro hogar cayera en manos de una empresa que tiene la intención de usar los datos de los usuarios en su propio beneficio, o peor aún, para cambiar el rumbo político y social de un país?
Quizás sea un escenario rocambolesco, pero es el lugar que tenemos que imaginar para poder exigir como usuarios y consumidores.
Exigir unos niveles de seguridad en las aplicaciones y dispositivos; una protección de datos que evite el daño irreversible de la revelación de datos personales, y en última instancia, que anteponga los intereses de los usuarios ante cualquier empresa e institución.[:]